jueves, 27 de agosto de 2015

Pequeñas grandes cosas cotidianas


Plantar una semillas, verla crecer, hablarle cuando la notás triste, que nazca un tomatito, cosecharlo, comerlo y que esa esfera de 1cm de diámetro sea lo más valioso que comiste en el día. 

Entrar cansado a la ducha y dejarse limpiar por la lluvia, ponerse en el cuerpo de cada gota que cae, recorre y abandona el cuerpo.

La media botella de vino rosado psuedo picado que tengo en la heladera, y los besos que le doy, ultimamente, todas las noches.

Los besos al aire que me tira mi abuela, que se ría cuando alguien se ríe y que aún pueda articular un "yo también te quiero solcita".

Que las peleas terminen con un perdón, un te quiero, sin importar quién empezó.

El sillón que me abraza cuando me siento, me presta su amohadombro cuando estoy triste, y me arrulla en mi descubrimiento de las siestas.

Mis amigas que me escuchan y contienen comiendo ensaladas preparadas en base a la combinación de sus colores.

Los días soledados porque hay sol y dan ganas de salir, andar en bici, caminar, saltar, abrir la puerta para ir a jugar y comerse el mundo.

Los lluviosos porque me pongo mi tapadito rojo, piso charcos, como chocolate sin culpa y miro pelis.

La ventana grande del comedor que me permite ser parte de 1/4 de cuadra de la vida de cada transeúnte.

Los días malos, porque ayudan a reflexionar y a que los días buenos tengan más valor y significado.

Los días buenos, porque son un amigarse, reencontrarse, quererse, permitir ser.




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