miércoles, 27 de abril de 2016

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Desorientada. Así me siento.

Viví casi 31 años de mi vida en una ciudad, rodeada de gente, de autos, de asfalto, de colectivos, gente corriendo, mirando el reloj, el celular, con todos los sentidos alerta para que no me roben, estudiando, intentando ser mejor profesional, hija, amiga, pareja...

Y me pregunto lo que se preguntó todo el mundo alguna vez: para qué corremos? Solo que esta vez me lo pregunto bien en serio.

No entiendo.

No entiendo el ceño fruncido, las miradas perdidas en una pantalla, la sobredosis de comunicación cibernética y la falta de comunicación personal. La falta de empatía que se respira, la falta de solidaridad con el prójimo, el miedo a todo lo que nos rodea, la puteada antes que el permiso, el "para eso le pagan" antes que el gracias.

Escribo y pasa una ambulancia con la sirena prendida, el ascensor hace un ruido continuo y juro que siento la electricidad de los electrodomésticos. Los colectivos mueven el vidrio de la ventana, las motos aceleran y frenan.

Pasa el tren.

Qué me pasa que escucho todo?
O mejor dicho, qué le pasa al resto que no escucha?

Vivir rodeada de silencio, en donde los únicos sonidos audibles son los de la naturaleza: el ruido del viento (y de las ráfagas!), el sonido de los pitíos, las loicas, los pájaros carpinteros golpeando un árbol. Desayunar y ahuyentar un caballo que anda curioseando en el terreno, llegar a la casa y que las luces del auto iluminen las liebres, y jugar al baile de las estatuas: apago las luces se mueven, las prendo y se quedan quietas. Tratar de descifrar dónde están los teros de noche para que no te corran, quedarse quieto cuando ves un zorrino y girar la cara para que no se sienta atacado.

Que las tardes se dividan en tomar mate, ir a buscar pumas, no saber qué hacer con las varillas de madera que sobraron de los listones que serán revestimiento de la casa. Tirar niveles, hacerse chistes, tener frio, sed, hambre, ganas de bañarse, de hacer el amor. Cosas básicas, simples y tan esenciales.

Creo que perdí el rumbo, eso me pasó. Bastaron 6 meses de Naturaleza con mayúscula para ver tantas cosas que antes no veía, no escuchaba, no sentía. Llego a Buenos Aires y siento que las bocinas me dicen "bienvenida a la vida real". Y no estoy tan segura de que esta sea "la vida real". Creo que es lo que nos enseñaron en el colegio, en la facultad, en nuestras casas. "La sociedad es así, sino no perteneces". Qué tan cierto es esto? Qué tan real es vivir una vida sin tiempo, sin el disfrute de frenar a ver un cielo, sin la cabeza para disfrutar de algo tan simple como ver un ave y que se acerque, curiosa ella y yo, a conocernos. A  qué queremos pertenecer?


Aprendí que la humildad frente a la grandeza de las cosas simples se consigue despojándose de lo que realmente no es necesario. No creo que todos tengan que hacer el ejercicio de pensar y vivir diferente, ya que cada uno elije su vida. Pero lo importante justamente radica en eso, en que sea una elección y no la inercia de una vida que nos enseñaron a vivir y que no nos animamos a replantear.