Desorientada.
Así me siento.
Viví casi
31 años de mi vida en una ciudad, rodeada de gente, de autos, de asfalto, de
colectivos, gente corriendo, mirando el reloj, el celular, con todos los
sentidos alerta para que no me roben, estudiando, intentando ser mejor
profesional, hija, amiga, pareja...
Y me
pregunto lo que se preguntó todo el mundo alguna vez: para qué corremos? Solo
que esta vez me lo pregunto bien en serio.
No
entiendo.
No entiendo
el ceño fruncido, las miradas perdidas en una pantalla, la sobredosis de
comunicación cibernética y la falta de comunicación personal. La falta de
empatía que se respira, la falta de solidaridad con el prójimo, el miedo a todo
lo que nos rodea, la puteada antes que el permiso, el "para eso le
pagan" antes que el gracias.
Escribo y
pasa una ambulancia con la sirena prendida, el ascensor hace un ruido continuo
y juro que siento la electricidad de los electrodomésticos. Los colectivos
mueven el vidrio de la ventana, las motos aceleran y frenan.
Pasa el
tren.
Qué me pasa
que escucho todo?
O mejor
dicho, qué le pasa al resto que no escucha?
Vivir
rodeada de silencio, en donde los únicos sonidos audibles son los de la
naturaleza: el ruido del viento (y de las ráfagas!), el sonido de los pitíos,
las loicas, los pájaros carpinteros golpeando un árbol. Desayunar y ahuyentar
un caballo que anda curioseando en el terreno, llegar a la casa y que las luces
del auto iluminen las liebres, y jugar al baile de las estatuas: apago las
luces se mueven, las prendo y se quedan quietas. Tratar de descifrar dónde
están los teros de noche para que no te corran, quedarse quieto cuando ves un
zorrino y girar la cara para que no se sienta atacado.
Que las
tardes se dividan en tomar mate, ir a buscar pumas, no saber qué hacer con las
varillas de madera que sobraron de los listones que serán revestimiento de la
casa. Tirar niveles, hacerse chistes, tener frio, sed, hambre, ganas de bañarse,
de hacer el amor. Cosas básicas, simples y tan esenciales.
Creo que perdí
el rumbo, eso me pasó. Bastaron 6 meses de Naturaleza con mayúscula para ver
tantas cosas que antes no veía, no escuchaba, no sentía. Llego a Buenos Aires y
siento que las bocinas me dicen "bienvenida a la vida real". Y no
estoy tan segura de que esta sea "la vida real". Creo que es lo que nos
enseñaron en el colegio, en la facultad, en nuestras casas. "La sociedad
es así, sino no perteneces". Qué tan cierto es esto? Qué tan real es vivir
una vida sin tiempo, sin el disfrute de frenar a ver un cielo, sin la cabeza
para disfrutar de algo tan simple como ver un ave y que se acerque, curiosa
ella y yo, a conocernos. A qué queremos
pertenecer?
Aprendí que
la humildad frente a la grandeza de las cosas simples se consigue despojándose
de lo que realmente no es necesario. No creo que todos tengan que hacer el
ejercicio de pensar y vivir diferente, ya que cada uno elije su vida. Pero lo
importante justamente radica en eso, en que sea una elección y no la inercia de
una vida que nos enseñaron a vivir y que no nos animamos a replantear.