miércoles, 8 de febrero de 2017

Febrero 2017



Un señor empuja un carro de supermercado cargado de bártulos, bolsas, descartes de materiales y retazos de vidas ajenas que pueden serle útiles. ¿Qué historia habrá detrás de esos borcegos cansados y ese sombrero de paja deshilachado?
La ciudad te come, te deglute sin que te des cuenta y para cuando tomás consciencia, ya te está masticando la ansiedad, te trabaja la respiración entrecortada, el paso apurado, salpimenta el bruxismo y un ceño que se frunce cada vez más. Ejercer la capacidad de asombro es sano y necesario en todos los ámbitos y edades, pero más aún en las ciudades. Veo gente que no se ve, multitudes corriendo sin saber realmente cuál es el propósito de esa carrera. Me veo ajena a todo eso y sin embargo, de vez en cuando reconozco mi paso apurado, mi ceño fruncido y la mirada fija en un punto fijo del horizonte para ser invisible entre la multitud.
La ciudad te empuja a la indiferencia, la propicia. Quizás si despertáramos más a menudo esa capacidad de asombro podríamos reconocer más belleza en las cosas mínimas, quizás desarrollaríamos la empatía con el otro, quizás confiaríamos más en la intuición y los sentidos. Y no sé si quizás, pero ojalá nos convirtiese en personas más tolerantes con el prójimo, y más intolerantes frente a las injusticias.

jueves, 5 de enero de 2017