Llegaba tarde (siempre llego tarde), de la ducha salté a la calle, pelo empapado, corrí escaleras abajo en la boca del subte para no perder el que estaba por salir. Tapizado de pana roja (fuchi, pero preferible al otro que tiene una distribución de asientos muy incómoda), busco un lugar libre contra las puertas.Atolondrada, con una sonrisa de victoria, un sudor in crescendo que el jabon trató de aplacar (por supuesto sin lograrlo), abrí el libro de Lemebel y me sumergí de nuevo en una escena del texto que con cada parada, Echeverría, Parque Chas, Tronador, se ponía más y más picante. - (Una alarma interna me anuncia que estamos pasando por Malabia, levanto la mirada, suricata curiosa, liebre alerta, te busco, aún sabiendo que las probabilidades de encontrarte en el mismo vagón de un subte son casi nulas. Pita el chofer, sigue su camino.) - Agradecía la edición octaedro de letras minúsculas, sentía pudor. La loca del frente se estaba dando finalmente el gusto con un Carlos adormecido por el alcohol. La forma de describir esa escena me generó pudor y a decir verdad, un poco de calentura. Nada que desde afuera pueda ser percibido (beneficios del género femenino). Qué mágica es la lectura y cómo atrapada me llevan a reírme en voz alta, llorar o incluso calentarme en público, ajena a lo que me rodea.
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Fui a una clase de un lugar que nunca había ido y me quedé a la milonga. Usé el vestido de nuestro encuentro ilusorio, el blanco y negro cortito (cómo pica esa tela, hay que encontrarle una solución sino no lo vuelvo a usar), por si oh fortuna/desventura (ya ni sé) de la vida, te encontraba. Me vi en el reflejo de una vidriera y aparentaba amazona, solo que no me sentía realmente así Fake it until you make it. O algo por el estilo.
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Hay algo muy seductor del abrazo de tango, los cuerpos muy cerca, comunicarse sin hablar, es un límite fino que no llega a ser sexual pero coquetea con la idea. Como esa vez que bailamos por primera vez en mano a mano y se me aflojaron las rodillas. En la vida en general nunca se está tan cerca de un desconocido como en una milonga de abrazo cerrado. Y sin embargo, no es eso lo que busco al bailar, una linda tanda es cuando coincido con alguien que siente la música parecido a como la siento yo, que se divierte bailando sin buscar el firulete, que busca tener una conversación, pregunta y respuesta, saber esperar y escuchar, entender el largo de mis pasos, identificar el tono del abrazo para que sea cómodo para ambos. En esas ocasiones, que no son tantas, es que consigo realmente distraerme estando presente. Algo nada fácil en este momento. Pero no puedo evitar escuchar algunas canciones y pensar en vos de inmediato, y caer en la cuenta de que hay mucho de fingir demencia en todo esto.
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Al día siguiente me desperté nublada, indecisa, inquieta, perdiendo el tiempo sin hacer nada. La palabra, aunque prefiera usar sinónimos menos tristes, es deprimida. No estaba caliente, de hecho me está costando conectar con la libido y eso se traduce no solo en el apetito sexual sino también en lo creativo. Estoy apagada. Curiosamente tanta ausencia de estímulo deja en evidencia lo otro, lo cíclico y hormonal. Distingo perfectamente cuando estoy ovulando (ahi sí me noto más encendida), y el estado premenstrual (el cual es complejo porque en general es de alta sensibilidad y llanto sin motivos aparentes, algo constante en estos últimos meses).
Las pocas veces que intenté tocarme, tuve orgasmos tenues, mudos, breves, de sirena afónica y triste. Apenas una lomadita de éxtasis insípido que no llega a ser cresta, alcanzada en cinco minutos y después: mirar la nada, sentirme vacía, de caricias, de besos, de fluidos y amor. Fueron escenas tan lamentables que de solo pensarlo se me iban las ganas.
Hace poco escuché en un podcast que el orgasmo era un gran difusor del estrés. Pensé que tanta nube e inquietud quizás podía ser canalizada con una descarga de energía y, pese al temor de un nuevo orgasmo soso, decidí intentarlo. Sin chiches, sin estímulo externo, solo el recuerdo de alguna de las miles de escenas juntos (recordarnos en esos casos, es un arma de doble filo: me calienta recordarlo vs me entristece la ausencia).
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Esta vez fue algo cercano a una cresta, no llegó a los cantos de sirena que supimos conocer, pero al menos emití un gemido, tibiamente sonoro pero sobre todo catártico. Acabé y a continuación de manera automática, me quebré en un llanto desconsolado. Me agarró desprevenida pero me entregué con todo el cuerpo a esa compuerta de desahogo que solo alcanzo cuando pierdo el control. Inundé carilinas, empapé la almohada. Se me hincharon los ojos y no de goce.
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¿Cómo se disfruta cuando adentro duele? ¿Cómo compartimento lo que siento, de las necesidades físicas? Ni siquiera puedo pensar en involucrar a un otro, el solo hecho de sentir placer, conmigo misma, parecería que me estuviera vedado. Oírme gemir fue volver a darle voz al deseo, y de inmediato extrañarte en ese acto.
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Tengo demasiado vivo tu recuerdo, las cosas chicas, un gesto, una palabra, una posición al dormir, la forma de tu espalda, tu sabor. Seguís siendo la piel que quiero acariciar, oler, la boca que quiero besar y lamer. (Lo que extraño lamerte, no te das una idea). Nunca disfruté tanto el sexo como lo hice con vos, nunca nadie se (pre)ocupó tanto de mi placer y satisfacerme según mis deseos. (Creo que alguna vez te lo dije, pero gracias por eso).
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Es real, tengo síntomas de abstinencia, al final yo también soy una adicta.