domingo, 8 de mayo de 2016

5 de Mayo del 2016


Mi abuela era una de las personas más cariñosas que conocí.
Era la torta de manzana que cuando era chica no quería comer y después de grande quise a aprender a hacer. Es la razón por la cual amo la sopa y ella feliz de que yo la ame. Era ver los picapiedras en el sillón de su casa y que ella se quede dormida en la cocina esperando que terminen los dibujitos para llevarnos a la cama. Son los cañoncitos con dulce de leche que nunca faltaban al desayuno, el costurero que me prestaba y la muñeca de mi mamá que a ella lamentablemente no le daba para jugar pero a mi me permitía hasta pintarle las uñas. Es el "coño!" que nos gritó una vez cuando mi hermano y yo estabamos subidos a un tobogán alto y fue la única mala palabra que le escuché decir en mi vida. Es imaginarla en el campo, trabajando desde chica, con unas manos que sabían laburar la tierra y al mismo tiempo bordar la vida. Mi abuela le daba explicaciones a todos...al colectivero, al almacenero, al heladero, a todos. Por humilde, por sentirse menos cuando siempre fue más que muchos. Es todos los puloveres que me tejió, aún cuando los ojos y los dedos ya no le daban para tejer. Es la foto que siempre nos sacabamos haciendo algo "osado" y deciamos "para la abuelaaa!" porque era una persona bien miedosa. Es la luz del baño que nos dejaba prendida cuando nos quedábamos en su casa, aún sabiendo que no le teníamos miedo a la oscuridad. Mi abuela era una abuela de pura cepa, gallega hasta la médula, bailaba la jota, el paso doble, en su vida usó pantalones y ni se te ocurra sacarle la combinación y la enagua. Es un beso antes de acostarnos, la fiesta de cenar en su casa bifecitos con papas fritas y al día siguiente saber que nos esperaban los mejores ravioles que comí en mi vida. Es aromas, gustos, tacto, un país, es una nariz de poroto, unos lentes demasiado grandes para su cara, un pelo batido a nieve. Mi abuela perdía la memoria pero siempre nos reconocía. O al menos eso creíamos, imaginábamos, queríamos. Y aunque al final ya casi no podía hablar, mágicamente lograba articular un "yo también te quiero Solcita" y te tiraba un ademán de beso al aire, haciendote acordar cuáles son las cosas verdaderamente importantes. Ella es la dulzura de todo el mundo y el sentirse querido y mimado por sobre todas las cosas.
Mi abuela sigue viva, en los recuerdos, adentro mío y de muchos, no tengo dudas. Y espero que me haya alcanzado la consciencia de la vida adulta para hacerle saber que ese cariño que nos dio fue, es y será, invaluable.


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